Se hace un vuelo rápido entre el cambio de hora, cabezadas y la velocidad que lleva el avión, hemos recuperado casi una hora.
Bajamos del avión y ya todo es diferente. El aeropuerto parece un poco dejado y el ritmo de la gente es diferente. Nos toca rellenar los formularios para el visado que, por estar en tránsito, nos cobran veinte dólares. Todo muy antiguo pero en el control nos hacen fotos con webcam y nos toman las huellas con un escáner de manos, si más no es muy chocante.
Bajamos del avión y ya todo es diferente. El aeropuerto parece un poco dejado y el ritmo de la gente es diferente. Nos toca rellenar los formularios para el visado que, por estar en tránsito, nos cobran veinte dólares. Todo muy antiguo pero en el control nos hacen fotos con webcam y nos toman las huellas con un escáner de manos, si más no es muy chocante.
Pasamos el control y a recoger las maletas en la cinta. Aparecen todas menos tres, una de Merche, la de Rosa y una mía. Precisamente no llegan las que teníamos el material de expedición. Después de discutir con el operario de las maletas perdidas, que nos asegura que llegarán mañana, salimos de la terminal.
Tenemos que buscar al hombre que la agencia ha contratado para que nos lleve de Nairobi a Moshi. No encontramos a nadie y llamamos a la agencia, que dice que si está en la terminal. Lo encontramos pero el nombre que pone en su cartel no corresponde a nadie de nosotros, un tal Santiago Martín. Después de varias llamadas, un coche de siete plazas nos llevará a la frontera de Kenia con Tanzania y ahí nos recogerá otro que nos llevará a nuestro destino. Una vez solucionado el asunto nos despedimos de Dolors y Rocío, que tienen que buscar la terminal de su vuelo a Zanzíbar. Nos subimos al coche y empieza el viaje a Moshi. El choque es brutal, montón de gente en la calle supongo que buscando trabajo en la carretera y empezamos a darnos cuenta de la pobreza que hay en estos países.
Llegamos a la frontera y otra vez papeleo. Primero la salida de Kenia y luego la entrada a Tanzania, cincuenta dólares. Hacemos el cambio de vehículo y continuamos la marcha. Al cabo de un buen rato Merche se da cuenta que se ha dejado unos papeles en el coche anterior. El conductor se pone en contacto con su compañero y regresamos a la frontera. Supongo que, al haberle dado una buena propina anteriormente, no ha puesto muchos problemas por regresar. Recoge los papeles y emprendemos la marcha. El paisaje es diferente, empieza a parecerse a la sábana que nos imaginamos. Es extraño pero en ningún momento se ve nuestro objetivo, el Kilimanjaro. Estamos todos tan cansados que nos vamos alternando haciendo cabezadas, el primero en caer: Josep.
Hablamos con el conductor si antes de ir a Moshi podemos pasar por la agencia, que está en Arusha y nos coge de paso, para dejar cosas que no vamos a utilizar, pagarles el resto del viaje y comentar los problemas con las maletas.
Llegamos a la agencia después de cuatro horas de viaje y Tina y Eugeni nos reciben con su simpatía habitual. Nos presentan a Naiman, su socio tanzano, y charlamos un rato mientras Eugeni va a buscar unas Safari, nuestra primera cerveza tanzana.
Les pagamos y les explicamos que en el aeropuerto les hemos dado la dirección de la agencia para que envíen las maletas ahí. Tina nos dice que estemos tranquilos que al día siguiente las tendremos, que esto es habitual en el aeropuerto de Nairobi. Como no nos fiamos mucho, hacemos un repaso mental del material que disponemos entre todos. Yo en mi mochila llevo el Gore-Tex, calcetines y calzoncillos. Así que cojo de mi bolsa que tenía destinada para el Safari alguna camiseta y unos pantalones largos y el resto lo dejo en la agencia. Es mediodía y el estomago empieza a rugir y la cabeza a dar vueltas, supongo que de la cerveza de medio litro en ayunas, así que les preguntamos donde podemos ir a comer. Nos dicen que el chofer nos llevará. Nos despedimos y nos vamos a un restaurante no muy lejos de la agencia, bajando la calle.
Caen otra Safari y un plato de macarrones a la boloñesa que los devoro, muchas horas sin comer. El ritmo es muy lento, aquí no hay prisas por nada, pole pole. En la mesa de al lado hay dos tipos bastante mayores con dos chicas todo lo contrario, la cosa no huele bien. En ese momento me doy cuenta de que la mayoría de tanzanas son guapísimas.
Acabamos de comer y vamos a cambiar moneda, de euros a chilins. Hemos visto que es mejor pagar en su moneda porque la conversión no la hacen muy bien en las tiendas y bares, lógicamente van a su favor. Diez mil chilins, diez dólares. Esa es su conversión. Realmente son seis dólares, cinco euros.
Cogemos el coche de nuevo y nos dirigimos a Moshi, donde tenemos el hotel. Más de una hora de camino dando cabezadas hasta que de repente nuestro objetivo se deja ver.
La verdad es que después de tanto tiempo planeando este viaje y tenerlo a la vista me emociona.
Por fin llegamos al hotel y nos cuesta entendernos con la recepcionista, dos habitaciones dobles y una individual no debería ser muy complicado de entender y menos cuando ya está todo reservado. Le damos la propina a nuestro conductor y este quiere ir a por las maletas a Nairobi, creemos que a cambio de más dinero. Le damos una fotocopia de los resguardos de las maletas y se va, sin nada a cambio.
Inspeccionamos las habitaciones y la verdad es que están muy bien. El hotel Ameg son pequeñas casas que están adosadas de dos en dos con unos jardines alrededor, muy bonito.
Nos damos una ducha fría, en nuestra habitación no hay caliente, y vamos a la recepción a que nos pidan un taxi para ir a Moshi. El hotel queda un poco apartado y estamos cansados para ir andando. Pactamos el precio, cinco dólares, y vienen a recogernos. Nos dejan en el centro y callejeamos un poco. A mi personalmente me agobia un poco que me estén todo el día persiguiendo para venderte algo, lo entiendo pero sentirme un dólar con patas no me es placentero.
En principio queríamos cenar en Moshi pero como oscurece pronto y no es muy recomendable andar de noche solos así que decidimos buscar un taxi y cenar en el hotel. Llegamos a lo que parece una parada y negociamos el precio con el taxista que está primero en la parada mientras otros taxistas van haciendo sus ofertas. Pactamos cinco dólares por todos, los otros nos pedían cinco por persona, y rápidamente nos vamos de ahí. Por lo visto el taxista no tiene ni idea de a donde vamos, nos ha cogido por coger. Menos mal que nos hemos quedado con el trayecto de bajada y le podemos indicar la ruta. Cada vez que pisa el freno el coche hace un ruido espantoso, creo que no le quedan pastillas. Al llegar al hotel, le damos un dólar más por lo mal que lo ha pasado el chico, tanto en la parada como en el trayecto.
No sentamos en el comedor y la cena es un self-service en el cual todo es bastante picante, al menos la sopa y la pasta que escogí. Charlamos sobre el plan del día siguiente, nos tienen que venir a buscar a las nueve y media de la mañana. Si las bolsas llegan, perfecto. Si no hay que mirar de repartir lo que tenemos. Por suerte Merche y Josep han traído una mochila solidaria, mochila que contiene cosas que amigos suyos les han dando para regalar a los porteadores de la expedición. Entre su contenido y lo que llevan Caco y Josep intentaremos subir hasta donde podamos.
Nos despedimos y cada uno a su habitación a descansar, a disfrutar de la última noche de dormir en una cama.
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